Muy enfadado los ciudadanos de Hamelín fueron a ver al alcalde y le hicieron comprender que un pacto es un pacto, y que lo prometido es deuda.
Avergonzado, el alcalde cumplió su promesa y pagó al flautista una bolsa repleta de monedas de oro.
Los niños volvieron, y Hamelín fue de nuevo una ciudad llena de alegría y vacía de ratas.
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